Pescador y ganador, no necesariamente de hombres



Es sabido que el tema del matrimonio y la pareja son tópicos importantes dentro de la cristiandad evangélica. Su amplia defensa de la familia, de la unión ante Dios, de la complementariedad entre el hombre y la mujer y demás, es harto conocido por todos los que viven ese estilo de vida o religión, y también es perceptible desde afuera.
Sin embargo, en este post quisiera tratar dos cuestiones que me parecen fundamentales, pues, en mi vida cristiana me crucé con estas dos situaciones. Mi invitación es a reflexionar (más si sos hombre) sobre estas conductas y formas de proceder que, a mi entender, atentan contra la fraternidad cristiana y los sentimientos de aquellas mujeres que "padecen" estas situaciones con hombres cristianos. En su momento hablaré de la mujer, obviamente.

1) La desesperación, sus múltiples manifestaciones y consecuencias

Es (lamentablemente) normal toparse en algún momento, cuando uno hace vida de iglesia, con algún hombre que se acerca a una mujer con el único propósito de cortejarla para llegar rápidamente a una relación o, mayormente, si es ya un hombre de más o menos 30 años, hacia un posible matrimonio. Obviamente esto no es privativo del ámbito comunitario evangélico, ni de los hombres, he conocido varias situaciones de otras personas que, en el ámbito secular, también se han cruzado con este tipo de personas que sólo buscan "pescar" a la primera "presa" que caiga en sus galanterías.
Sin embargo, uno espera que, en un ámbito donde se dice conocer a Dios, se respete más el corazón y la dignidad de la otra persona, o se actúe más precavido con respecto al cuidado de los corazones. (1° Tes 4:9, Heb13:1, 1° Pe 1:22 y 2:17, 1° Jn 3:14)
Tengo ya bastante tiempo en una comunidad cristiana, y he llegado a unas conclusiones al respecto de este tema:

Primero, hay una consciente o inconsciente presión sobre las personas a contraer matrimonio dentro de las comunidades; si bien, esto está un poco más superado, sigue existiendo un condicionante hacia ciertos puestos o ministerios donde "es mejor si estás casado"; es más, esta condición es un punto a favor para los que desean adquirir una mejor posición respecto del servicio en algún área (que suelen ser las más "vistosas" o importantes). Esto hace que muchas veces el matrimonio pase a ser una meta que, en numerosas ocasiones, se posiciona al mismo nivel de una búsqueda de una espiritualidad más cercana al carácter de Cristo o a un servicio humilde y sincero, es decir: contraer matrimonio o tener una relación es igual (o mejor) que tener una vida sincera y humilde de sumisión y servicio a Dios. (Mt 18:1-5)

Segundo, en el mismo círculo de amigos puede evidenciarse la presión de que "todos se están casando", por lo tanto, uno no querría quedarse atrás y que su masculinidad o incluso puede que su sexualidad sea cuestionada. Otra vez, esto está siendo superado y no es privativo del ámbito eclesiástico, pero sí uno podría sospechar de varias personas que, más que una relación fraterna y sincera, buscan salvarse de una soltería con la que no han sabido convivir (lo cual, en mi opinión, evidencia una relación con Dios que no ha sido solidificada, aunque a veces se quiera demostrar lo contrario). Las grandes figuras del Nuevo Testamento, empezando por Jesús y pasando por el apóstol Pablo, fueron personas que llevaron una vida de sumisión y satisfacción en Dios, y para los cuales la soltería, según lo que podemos ver en las escrituras, no fue un problema o una condición asfixiante. Es más, Jesús reconoce que el matrimonio sigue siendo algo solamente de este mundo (Mt 22:23-30) y el apóstol Pablo hace referencia a que muchas veces, para servir a Dios, es mejor estar soltero (1° Cor 7:32-35) Ninguno desprestigia ese vínculo (Jn 2:1-2, 1° Cor 7:38), pero son grandes ejemplos de una vida de soltería satisfactoria.

Tercero, entender el matrimonio como el clímax de nuestra vida cristiana puede hacernos olvidar que vivimos para Alguien mayor que eso, y que Él debería ser quien decida por nosotros nuestro porvenir. Deberíamos preguntarnos, si es que anhelamos contraer matrimonio alguna vez: ¿Y si Dios decide nunca concederme este anhelo? ¿Qué haría? ¿Tomaría la situación por mis propias manos? ¿Mantendría una actitud humilde y sumisa, en vista de las cosas eternas? (Col 3:1-3)

Considero saludable hacernos estas preguntas, y reflexionar sobre las intenciones y motivaciones que tenemos con respecto a este tema, pues esto puede llevarnos a decisiones apresuradas y a conductas que podrían lastimar y/o quebrar la vida de la mujer que es receptiva de las atenciones de un hombre. Recordemos que esto genera esperanzas y sentimientos en ella.

2) Un ganador que perdió mucho carácter en la pesca

En todo este tiempo he escuchado mucho de amigas, conocidas y demás hermanas en la fe, testimonios de heridas y enojos porque se dieron cuenta de que estaban "conociendo" a alguien que, paralelamente, hablaba con otras mujeres y a todas las consideraba como posibles opciones. La primera que caiga, esa sería. (Advierto que este es un tema que hace hervir mi sangre, pero trataré de ser lo más objetiva posible). Uno esperaría que, en ámbitos cristianos donde un hombre dice "conocer a Dios", el trato hacia la mujer tenga mucho de respeto y cuidado su alma, sin embargo, es triste tener este tipo de historias también aquí, y la herida que causan es mayor, porque es un ámbito donde la mujer no esperaría que sucedan estas cosas. (1° Tim 5:2)

Puede que haya una actitud de "hombre ganador", del propio ego alimentado por esta situación; saber que "las tengo comiendo de mi mano" nos da una apariencia de seguridad y poder (digo "apariencia" porque este tipo de proceder delata una importante inseguridad e insatisfacción interna). Creo que el hombre suele luchar con este tipo de tendencias, en cierto modo es "normal" esperar este tipo de dificultades con uno mismo, sin embargo, otra cosa es ceder (Ga 5:26), y, peor aun, maquillarlo con una religiosidad o espiritualidad exterior (1° Jn 3:6,14).

Otra variable podría ser, de nuevo, la desesperación. "Estoy solo y en una edad complicada", "todos se están casando, comprometiendo, ennoviando, ¿Y yo?", "si quiero llegar a tal puesto, casarme sería una buena opción". En todo caso, el casamiento es una meta y la mujer, lamentablemente, un objeto usado para un fin, egoísta por cierto.

Por último, en este tópico, al ser una motivación de génesis egoísta, las heridas que deja en las mujeres que son víctimas de esta "pesca" son tan graves que pueden llevarla a un proceso de sanidad que hubiera podido evitarse, al odio o reticencia hacia el hombre religioso, o incluso a alejarse de la misma comunidad. He conocido de todos estos casos y los considero actos anti-principios, anti-empáticos y, sobre todo, anti-Amor (1° Cor 13:4-7). Y es un buen momento para que reflexiones hombre (1° Jn 3:3) , sobre lo que pueda estar motivando tu proceder al respecto del noviazgo o matrimonio, y (tal vez más importante), de las heridas que pudiste haber causado al caminar de esta forma. También, es un buen momento, mujer, para que sepas que no estás sola ni sos la única que ha sufrido este tipo de desdén, pero que tampoco esto debe condicionar tu relación con Dios y con la comunidad a la que Él nos ha llamado a ser parte (Heb 10:25, 2° Jn 1, Col 3:13).

Entonces, ¿Qué hacer al respecto?

Si bien el panorama ha sido sombrío, yo misma he pasado por un tiempo donde esto produjo mucho enojo en mí, pero he podido pasar a la siguiente fase que tiene mucho que ver con el perdón, los límites saludables y el poder ver, a través de las escrituras, más arriba de todo esto.

Sin dudas son actitudes que, primero y principal, denotan que no hemos hecho de nuestra relación con Dios a través de Jesús nuestra fuente principal de satisfacción, Amor y motivación (Sal 73:25, Jn 4:13-14). En el fondo, en nuestra humanidad seguimos buscando de las personas (como ídolos) algo que solamente vendrá perfecta completamente de parte de Dios (Jer 2:11-13, 27-28). Por consiguiente, actuamos de formas incorrectas, y vamos causando pequeñas o grandes lesiones en quienes utilizamos para saciar ese pozo sin fondo que todo corazón humano posee (Jn 4:10).

Por otro lado, seguir procediendo sin reflexionar sobre uno mismo en profundidad nos lleva a no dimensionar la magnitud de cosas que conciernen a esta situación, por lo tanto, es como si no pudiéramos ver al otro, y mucho menos a nosotros mismos. El autoexamen honesto y la confesión sincera ante Dios y ante nosotros mismos (Sal 119:59), aunque doloroso, puede salvarnos de ser hipócritas ante Dios y tropiezo y motivo de dolor al corazón de las mujeres que se han cruzado en el camino.

Justamente ayer una amiga comentó algo al respecto (parafraseo): "yo me trataba con un chico de la iglesia, luego descubrí que se hablaba conmigo y también con varias otras más, encima tenía el descaro de servir a Dios delante mío; tuve mejores experiencias con varones fuera de la iglesia que dentro". Y los que la leíamos (todos parte de una comunidad cristiana), contábamos que habíamos tenido una experiencia similar.

A la pregunta que titula este apartado, puedo responder lo siguiente:
  1. Te animo a evaluar tus motivaciones a la luz de la oración sincera delante de Dios y su palabra, a pensar si es que estás tratando de salvar un vacío interior con una relación o una actitud de "ganador", y, otra vez, ser honesto y sincero con Dios y con vos mismo; algo que puede servir mucho es pedirle convicción al Espíritu Santo, para que el tema sea tratado de raíz y por Él (Sal 32)
  2. También, te animo a confesar tus pecados, a Dios y a alguien más que pueda ayudarte, a evitar la trampa de la condenación y a implorar un cambio sincero, si es una conducta que has tenido durante mucho tiempo (Sant 5:16, 1° Jn 2:1)
  3. Por último, si algún nombre te ha venido a la cabeza, ir a ella y pedir disculpas sinceras. Te puedo asegurar que, lo haya procesado bien o mal, esto sanará mucho más de lo que podría sanar un proceso que sólo se lleva entre vos y Dios (Mt 5:24)
Nosotras las mujeres nos damos cuenta de estas cosas, y quiero que sepas que nos hieren, lastiman y nos hacen pasar por momentos muy duros muchas veces, que podrían haber sido evitables. Pero ánimo, no todo está perdido. La honestidad con vos mismo es vital, porque
no hay peor ciego que el que no quiere ver (Sal 119:37)*

María Cecilia Luna 

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 *Aclaro que las citas bíblicas que acompañan el texto son referencias, no lo que dice exactamente el versículo, con la finalidad de contrastar siempre lo que se dice con la Escritura.

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